martes, 8 de marzo de 2011

8 de marzo

El 8 de marzo se festeja el dìa de la mujer. No está claro cuáles son los hechos que se conmemoran. Las historias convergen en que se recuerda un episodio en el que murieron, quemadas, un grupo de obreras que realizaban una huelga en una fábrica textil de Nueva York. Sin embargo, no hay consenso sobre el año en que se habría producido el triste acontecimiento.

La lucha de la mujer por los derechos que hoy se le reconocen, es larga y muy dura. Durante años se vieron privadas de innumerables derechos. Era impensable que la mujer trabajara y era inimaginable que ocupara cargos públicos. Las universidades eran exclusivamente para los hombres.

La verdad es que la vida de las mujeres se desarrollaba puertas adentro de sus hogares. Luego, empezaron a trabajar. Sin embargo, su sueldo era la mitad que el de los hombres, y por igual tarea.

Pero hoy la realidad es completamente distinta. Hoy, las mujeres estudian, trabajan. Incluso, muchísimas poseen cargos más jerárquicos y mejor remunerados que los hombres. Son jefas de Estados y de Naciones. Ahora, su desarrollo personal se encuentra entrelazado con su desarrollo profesional. Eligen a sus parejas, deciden cuántos hijos desean tener. En definitiva, son libres.

Pero no todas las mujeres gozan de tales libertades. En algunos países son tratadas como si fueran cosas. Tienen los mismos derechos que una mesa, como si una mesa anhelara, amara o sufriera. Son apedreadas o lapidadas. Son víctimas de cantidades de abusos.

Pero incluso en occidente existen millones y millones de casos de violencia, física y psicológica. Las soluciones son escasas y poco efectivas.

La justicia es lenta, y el acceso a la misma no siempre es justo. La violencia de género es, sin lugar a duda, un flagelo que está más cerca de lo que creemos.

La discriminación hacia las mujeres data, como dijimos, de largo tiempo y se asienta en núcleos duras de las personas, y de las civilizaciones. En esa condición radica, muchas veces, la dificultad de su destierro. Son situaciones naturalizadas, que no son puestas en duda, que no se cuestionan.

Quizás uno de nuestros mayores compromisos como ciudadanos de este mundo sea cuestionar las formas dadas, sentar en el banquillo del interrogatorio aquello que nunca ha pasado por allí.

Quizás, sea nuestra obligación.

Hasta la próxima, siempre…

Winston Smith

domingo, 27 de febrero de 2011

Símbolos

Elegimos destacar, de la semana pasada, dos acontecimientos sociales que merecieron nuestra particular atención. Por un lado, el anuncio de la Presidenta Cristina Kirchner del lanzamiento del programa “Deporte para Todos” y, por el otro, la creación de la Casa Patria Grande Néstor Kirchner. Dos hechos muy distintos que guardan una relación estrecha.


Como le había tocado al fútbol, sin duda el deporte más popular del país, ahora fue el turno de extender el beneficio a los demás deportes que, no por menos populares, dejan de tener una significativa importancia social y cultural. Ampliar la cantidad de disciplinas que pueden verse por televisión y posibilitar que la gente conozca y acompañe a los representantes nacionales del deporte desde las sillas y sillones de múltiples hogares, implica extender el derecho, antes distribuido plutocráticamente, de acceder y participar de una de las expresiones más genuinas del pueblo. Ahora sí, millones de televisores de todos los tamaños y modelos prendidos al unísono en el mismo canal. Personas diferentes, con costumbres distintas, unidas aunque sea por un par de horas por una pasión compartida.


El deporte es reconocido por todos como una de las grandes cosas que puede tener una sociedad. Como tal, simboliza y agrupa muchos de los mejores atributos esperables en las personas, funciona como unificador e igualador social, otorga identidades y símbolos comunes y, entre otras cosas, muestra valiosos ejemplos de vida.


Estos atributos, y los muchos otros que el deporte posee, son ponderados aún más gracias a su ampliado impacto sobre el segmento juvenil de la sociedad, que tanto cuesta cautivar. Por lo tanto, la voluntad de minimizar en ciertos aspectos la mercantilización que experimenta el deporte no puede ser desestimada.


En no pocas ocasiones, desde acá se valoró el proceso de creciente integración latinoamericana que estamos viviendo desde hace ya algunos años. Nos toca ser espectadores, por qué no partícipes, de otro episodio de este proceso con la inauguración de la Casa Patria Grande Néstor Kirchner.


En el ámbito de la Unasur, se crea esta institución con el objetivo de formar un centro de estudios destinado a promover la integración de los pueblos latinoamericanos. Formaron parte de esta ceremonia el Presidente de Uruguay y el de Paraguay, Mujica y Lugo respectivamente, así como también lo hicieron algunos reconocidos personajes de la cultura de nuestro país.
Como el kirchnerismo nos tiene acostumbrados, la simbología en sus acciones no es un dato menor. El acto se realizó el 25 de febrero, día del nacimiento de Néstor Kircher, y el edificio que albergará la Casa es el mismo en el que funcionó el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas.


Ambos acontecimientos son analizados por nosotros a partir de su importancia social. Evidencian a un gobierno que se mantiene fiel a ciertos principios que erigió como estandartes de su gestión y, de igual forma, mantienen vivo el legado del fallecido ex presidente.


Como era de esperar, conforme el paso del tiempo, la figura de Néstor aparece cada vez más grande en nuestro horizonte, y en los casos centrales de este artículo podemos rastrear su impronta decisiva.


En este año determinante que comenzamos a transitar, muchas de estas cuestiones estarán en disputa.


Hasta la próxima, siempre…


Winston Smith

domingo, 13 de febrero de 2011

Las malas palabras

A continuación les presentamos un fragmento de la ponencia de Roberto Fontanarrosa en ocasión del III Congreso Internacional de la Lengua Española, realizado en Rosario, en noviembre de 2004.
Sirve como homenaje a este fenómeno personaje...A reir!
(Recomendamos ver el video con la ponencia completa que no tiene desperdicio, a través del link de la barra lateral)
Hasta la próxima, siempre...
Winston Smith


No voy a lanzar ninguna teoría. Un congreso de la lengua es un ámbito apropiado para plantear preguntas y eso voy a hacer.

La pregunta es por qué son malas las malas palabras, ¿quién las define? ¿Son malas porque les pegan a las otras palabras?, ¿son de mala calidad porque se deterioran y se dejan de usar? Tienen actitudes reñidas con la moral, obviamente. No sé quién las define como malas palabras. Tal vez al marginarlas las hemos derivado en palabras malas, ¿no es cierto?

Muchas de estas palabras tienen una intensidad, una fuerza, que difícilmente las haga intrascendentes. De todas maneras, algunas de las malas palabras... no es que haga una defensa quijotesca de las malas palabras, algunas me gustan, igual que las palabras de uso natural.

Yo me acuerdo de que en mi casa mi vieja no decía muchas malas palabras, era correcta. Mi viejo era lo que se llama un mal hablado, que es una interesante definición. Como era un tipo que venía del deporte, entonces realmente se justificaba. También se lo llamaba boca sucia, una palabra un poco antigua pero que se puede seguir usando.

Era otra época, indudablemente. Había unos primos míos que a veces iban a mi casa y me decían: “Vamos a jugar al tío Berto”. Entonces iban a una habitación y se encerraban a putear. Lo que era la falta de la televisión que había que caer en esos juegos ingenuos.

Ahora, yo digo, a veces nos preocupamos porque los jóvenes usan malas palabras. A mí eso no me preocupa, que mi hijo las diga. Lo que me preocuparía es que no tengan una capacidad de transmisión y de expresión, de grafismo al hablar. Como esos chicos que dicen: “Había un coso, que tenía un coso y acá le salía un coso más largo”. Y uno dice: “¡Qué cosa!”.

Yo creo que estas malas palabras les sirven para expresarse, ¿los vamos a marginar, a cortar esa posibilidad? Afortunadamente, ellos no nos dan bola y hablan como les parece. Pienso que las malas palabras brindan otros matices. Yo soy fundamentalmente dibujante, manejo mal el color pero sé que cuantos más matices tenga, uno más se puede defender para expresar o transmitir algo. Hay palabras de las denominadas malas palabras, que son irremplazables: por sonoridad, por fuerza y por contextura física.
No es lo mismo decir que una persona es tonta, a decir que es un pelotudo. Tonto puede incluir un problema de disminución neurológico, realmente agresivo. El secreto de la palabra “pelotudo”–que no sé si está en el Diccionario de Dudas- está en la letra “t”. Analicémoslo. Anoten las maestras. Hay una palabra maravillosa, que en otros países está exenta de culpa, que es la palabra “carajo”. Tengo entendido que el carajo es el lugar donde se ponía el vigía en lo alto de los mástiles de los barcos. Mandar a una persona al carajo era estrictamente eso. Acá apareció como mala palabra. Al punto de que se ha llegado al eufemismo de decir “caracho“, que es de una debilidad y de una hipocresía…

Cuando algún periódico dice “El senador fulano de tal envió a la m… a su par”, la triste función de esos puntos suspensivos merecería también una discusión en este congreso.

Hay otra palabra que quiero apuntar, que es la palabra “mierda”, que también es irremplazable, cuyo secreto está en la “r”, que los cubanos pronuncian mucho más débil, y en eso está el gran problema que ha tenido el pueblo cubano, en la falta de posibilidad expresiva.

Lo que yo pido es que atendamos esta condición terapéutica de las malas palabras. Lo que pido es una amnistía para las malas palabras, vivamos una Navidad sin malas palabras e integrémoslas al lenguaje porque las vamos a necesitar.

domingo, 6 de febrero de 2011

Tahrir

Los sucesos acontecidos los últimos días en Egipto no pueden dejar de llamarnos la atención, así como la del mundo entero. La mayor manifestación en la historia de dicho país produce, sin duda, una serie de efectos que aceptan análisis y valoraciones de las más diversas.

Un país, o más apropiado sería, una cultura, una civilización, tan distante como extraña para nosotros, nos sitúan en una obligatoria humildad a la hora de iniciar la difícil tarea de analizar los acontecimientos.

Quienes tuvimos la suerte de conocer este país norafricano, sabemos que tantos conceptos o categorías que nosotros utilizamos para explicar nuestra realidad social y que están fuera de cuestionamiento, allí comienzan a flanquear. El esfuerzo por acceder, o al menos poner un pie, en su civilización fracasará. Lo que emerge consecuentemente es la sensación de estar en otro mundo y en otro tiempo, tal es el egocentrismo del occidental.

Por lo tanto, conscientes de la humildad asumida elegimos tres ejes de análisis del complejo episodio social en cuestión.

PRIMERO. Las manifestaciones de los último días, las mayores de la historia de Egipto como dijimos, reclamando la renuncia de Mubarak como Presidente ponen de manifiesto la eclosión de un sistema que tarde o temprano iba a llegar. Ningún mandatario debería eternizarse en la cima del poder, dado que el principio de rotación en el gobierno evidencia su necesidad en su ausencia.

Treinta años como Presidente es una cifra alarmante, cuyos efectos afloran conforme el paso del tiempo: violencia, persecución, falta de libertad, sometimiento, y un sentimiento de poder sin límite. El pueblo egipcio es un pueblo pobre, un pueblo sin márgenes de acción, un pueblo con miedo. Pero un pueblo que pareciera decir basta.

SEGUNDO. Como escribiera por estos días un periodista, el fin de Mubarak pone de manifiesto el fracaso del liderazgo moral occidental. Como todos sabemos, su régimen es sostenido económica, política y militarmente por Estados Unidos, fiel a su costumbre. El país norteamericano vuelve a dar muestras de su prepotencia sin límites y, entendiendo a Egipto como un bastión clave para el mantenimiento de un equilibrio de la región afín a sus propios intereses, no repara en costos, aún cuando se midan en vidas humanas. Se estima que en estos días de protestas los muertos superarían los 300.

TERCERO. Los medios de comunicación se encargan de mostrar una realidad que resulta inabarcable en su totalidad y complejidad y, por lo tanto, la parcialidad y la subjetividad son constitutivas de esta actividad. Las imágenes que vemos y las crónicas que leemos o escuchamos parecieran más propias de la ciencia ficción, lo cual pone de manifiesto la inmensa distancia que nos separa, en varios aspectos.
Por lo tanto, realizar conjeturas sobre el futuro de los acontecimientos, sobre lo que debería pasar o lo que sería mejor que pase, se ubica suficientemente lejos de nuestra capacidad como para no incurrir en ellas.

Lo que sí podemos decir desde nuestra posición es la necesariedad de escuchar a un pueblo que se cansó y dijo basta. El grito del pueblo egipcio debería ser escuchado y, sin dudas, el principio de la solución lo traerá pensar en la democracia, en respetar al pueblo y en darle derechos.

Hasta la próxima, siempre…

Winston Smith

domingo, 16 de enero de 2011

Un año dura un mes

Quien a muchos nos enseñara a imaginar, a soñar y a crecer creando...

María Elena Walsh (1930-2011)




Canción de caminantes

Porque el camino es árido y desalienta,
porque tenemos miedo de andar a tientas,
porque esperando a solas poco se alcanza
valen más dos temores que una esperanza.

Dame la mano
y vamos ya.

Si por delicadeza perdí mi vida
quiero ganar la tuya por decidida.
Porque el silencio es cruel, peligroso el viaje,
yo te doy mi canción, tú me das coraje.

Ánimo nos daremos a cada paso,
ánimo compartiendo la sed y el vaso.
Ánimo que aunque hayamos envejecido
siempre el dolor parece recién nacido.

Porque la vida es poca y la muerte mucha.
Porque no hay guerra pero sigue la lucha.
Siempre nos separaron los que dominan
pero sabemos hoy que eso se termina.

Hasta la próxima siempre...

Winston Smith

domingo, 9 de enero de 2011

Olvidados

Ilusiones, promesas, necesidades, engaños, estafas, delitos…

Sin luz, sin agua, sin posibilidad, sin escape…Sin dignidad, sin salida…

Los últimos días salieron a la luz dos casos tan aterradores como indignantes. Se trata del descubrimiento de dos campos cercanos a San Pedro en los cuales había grupos de trabajadores en estado de esclavitud.

En los campos pertenecientes a importantes empresas, se registró la existencia de niños y adultos traídos desde Santiago del Estero y mantenidos en condiciones completamente indignas para la vida humana. El relato de las mismas genera incredulidad de parte de cualquier lector y, a su vez, la impresión de que se trata de algo que no se corresponde con este momento histórico.

La situación es la siguiente: las empresas en cuestión se dirigían hacia la provincia norteña en busca de mano de obra rural para desflorar maíz (sólo posible manualmente). No es difícil imaginar que lo que les prometían era muy distinto a lo efectivamente les daban. Se los atraía bajo el compromiso de una buena remuneración y condiciones de trabajo y vida adecuadas.

Sin embargo, al llegar se encontraban con muchas horas de trabajo diarias, las cuales eran sub-remuneradas. Como si fuera poco, estaban obligados a adquirir todo lo que deseaban en el lugar, a precios irrisorios, lo cual era descontado de su salario. Y hay más. Vivían hacinados, sin agua, electricidad, baños. No se los dejaba abandonar el lugar, bajo amenaza de un posible castigo a todo el grupo de trabajo. Algunos ni sabían dónde estaban.

Claramente era trabajo esclavo. Pero, ¿era trabajo? Cuando el trabajo es esclavo no es trabajo, sino esclavitud. Sabido es que los trabajadores rurales son, en general y sin que surja de un estudio científico, más precarizados, o al menos, más vulnerables a dicha práctica. Son, también, menos visibles desde la centralidad de Buenos Aires.

Nadie aceptaría este tipo de trabajos, este tipo de explotación con gusto. Eso está claro. Pero cuando se junta la necesidad con la carencia absoluta de educación se complejiza la situación. Por lo tanto, resulta del aprovechamiento de una relación asimétrica en la que prima, de un lado, la vulnerabilidad, el desconocimiento, y del otro, el aprovechamiento y la manipulación de esa condición.

Nuestro Código Civil prevé la posibilidad de que se generen situaciones asimétricas en las que prima, de un lado, la vulnerabilidad y el desconocimiento, y del otro, el aprovechamiento y la manipulación de esa condición. En efecto, el Art. 954 de dicho cuerpo normativo se refiere al "ESTADO DE NECESIDAD", y establece "También podrá demandarse la nulidad o la modificación de los actos jurídicos cuando una de las partes explotando la necesidad, ligereza o inexperiencia de la otra, obtuviera por medio de ellos una ventaja patrimonial evidentemente desproporcionada y sin justificación. Se presume, salvo prueba en contrario, que existe tal explotación en caso de notable desproporción de las prestaciones." Pero la situación que aquí se analiza va mucho más allá. Estos empleadores (si es que así se los puede llamar) se encuentran infringiendo prácticamente toda la legislación laboral de este país e innumerables convenciones internacionales sobre Derechos Humanos.

Juegan con aquellos que necesitan dinero, trabajo y que están acostumbrados a soportar situaciones extremas. Algunos saben que los explotan y otros no, algunos saben cómo defenderse y otros no. El problema son los que no, los que no conocen sus derechos y los que no saben hacerlos respetar. Son personas que se las mantiene en esa condición porque a algunos otros les conviene y saben sacarle provecho.

Somos todos iguales ante la ley, todos tenemos los mismos derechos y la justicia debería alcanzarnos a todos por igual. Pero sabemos que no es así. Lo indignante de la situación es que la razón de ser del trabajo es negada y, aún más, la misma condición humana desaparece.

Manteniendo las opiniones que desde aquí expresamos en anteriores notas, estamos atravesando un tiempo en el que el Estado está recuperando su rol regulador y se está haciendo más presente en la defensa de los más débiles. Sin embargo, en este caso se enfrenta a una situación más compleja, en la cual debe ir en búsqueda de estas personas, debe ser él quien las encuentre y quien las proteja, pues de lo contrario puede que estas nunca acudan a él autónomamente, ya sea por ignorancia, imposibilidad o temor.

Se necesita un Estado activo para que investigue, procese, sancione y fundamentalmente prevenga este tipo de situaciones. La esclavitud ha sido abolida hace siglos. Deben arbitrarse las medidas necesarias para que la libertad no sea una mera abstracción.

Hasta la próxima, siempre…

Winston Smith

domingo, 2 de enero de 2011

2011

Lo que sigue es un fragmento del discurso de José Saramago de aceptación del Premio Nobel de Literatura, en 1998.


Por más que no tenga tanta relación con nuestros habituales temas, sirve como homenaje a un genio de la literatura, y como bienvenida del año.


Espero que lo disfruten tanto como nosotros.


Hasta la próxima, siempre...


Winston Smith



De cómo el personaje fue maestro y el autor su aprendiz

El hombre más sabio que he conocido en toda mi vida no sabía leer ni escribir. A las cuatro de la madrugada, cuando la promesa de un nuevo día aún venía por tierras de Francia, se levantaba del catre y salía al campo, llevando hasta el pasto la media docena de cerdas de cuya fertilidad se alimentaban él y la mujer.

Vivían de esta escasez mis abuelos maternos, de la pequeña cría de cerdos que después del desmame eran vendidos a los vecinos de la aldea. Azinhaga era su nombre, en la provincia del Ribatejo. Se llamaban Jerónimo Melrinho y Josefa Caixinha esos abuelos, y eran analfabetos uno y otro. En el invierno, cuando el frío de la noche apretaba hasta el punto de que el agua de los cántaros se helaba dentro de la casa, recogían de las pocilgas a los lechones más débiles y se los llevaban a su cama.

Debajo de las mantas ásperas, el calor de los humanos libraba a los animalillos de una muerte cierta. Aunque fuera gente de buen carácter, no era por primores de alma compasiva por lo que los dos viejos procedían así: lo que les preocupaba, sin sentimentalismos ni retóricas, era proteger su pan de cada día, con la naturalidad de quien, para mantener la vida, no aprendió a pensar mucho más de lo que es indispensable.

Ayudé muchas veces a éste mi abuelo Jerónimo en sus andanzas de pastor, cavé muchas veces la tierra del huerto anejo a la casa y corté leña para la lumbre, muchas veces, dando vueltas y vueltas a la gran rueda de hierro que accionaba la bomba, hice subir agua del pozo comunitario y la transporté al hombro, muchas veces, a escondidas de los guardas de las cosechas, fui con mi abuela, también de madrugada, pertrechados de rastrillo, paño y cuerda, a recoger en los rastrojos la paja suelta que después habría de servir para lecho del ganado.

Y algunas veces, en noches calientes de verano, después de la cena, mi abuelo me decía: "José, hoy vamos a dormir los dos debajo de la higuera". Había otras dos higueras, pero aquélla, ciertamente por ser la mayor, por ser la más antigua, por ser la de siempre, era, para todas las personas de la casa, la higuera.

Más o menos por antonomasia, palabra erudita que sólo muchos años después acabaría conociendo y sabiendo lo que significaba. En medio de la paz nocturna, entre las ramas altas del árbol, una estrella se me aparecía, y después, lentamente, se escondía detrás de una hoja, y, mirando en otra dirección, tal como un río corriendo en silencio por el cielo cóncavo, surgía la claridad traslúcida de la Vía Láctea, el camino de Santiago, como todavía le llamábamos en la aldea.

Mientras el sueño llegaba, la noche se poblaba con las historias y los sucesos que mi abuelo iba contando: leyendas, apariciones, asombros, episodios singulares, muertes antiguas, escaramuzas de palo y piedra, palabras de antepasados, un incansable rumor de memorias que me mantenía despierto, al mismo que suavemente me acunaba.

Nunca supe si él se callaba cuando descubría que me había dormido, o si seguía hablando para no dejar a medias la respuesta a la pregunta que invariablemente le hacía en las pausas más demoradas que él, calculadamente, le introducía en el relato: "¿Y después?".

Tal vez repitiese las historias para sí mismo, quizá para no olvidarlas, quizá para enriquecerlas con peripecias nuevas. En aquella edad mía y en aquel tiempo de todos nosotros, no será necesario decir que yo imaginaba que mi abuelo Jerónimo era señor de toda la ciencia del mundo.

Cuando, con la primera luz de la mañana, el canto de los pájaros me despertaba, él ya no estaba allí, se había ido al campo con sus animales, dejándome dormir. Entonces me levantaba, doblaba la manta, y, descalzo (en la aldea anduve siempre descalzo hasta los catorce años), todavía con pajas enredadas en el pelo, pasaba de la parte cultivada del huerto a la otra, donde se encontraban las pocilgas, al lado de la casa.

Mi abuela, ya en pie desde antes que mi abuelo, me ponía delante un tazón de café con trozos de pan y me preguntaba si había dormido bien. Si le contaba algún mal sueño nacido de las historias del abuelo, ella siempre me tranquilizaba: "No hagas caso, en sueños no hay firmeza".

Pensaba entonces que mi abuela, aunque también fuese una mujer muy sabia, no alcanzaba las alturas de mi abuelo, ése que, tumbado debajo de la higuera, con el nieto José al lado, era capaz de poner el universo en movimiento apenas con dos palabras. Muchos años después, cuando mi abuelo ya se había ido de este mundo y yo era un hombre hecho, llegué a comprender que la abuela, también ella, creía en los sueños.

Otra cosa no podría significar que, estando sentada una noche, ante la puerta de su pobre casa, donde entonces vivía sola, mirando las estrellas mayores y menores de encima de su cabeza, hubiese dicho estas palabras: "El mundo es tan bonito y yo tengo tanta pena de morir". No hijo miedo de morir, dijo pena de morir, como si la vida de pesadilla y continuo trabajo que había sido la suya, en aquel momento casi final, estuviese recibiendo la gracia de una suprema y última despedida, el consuelo de la belleza revelada.

Estaba sentada a la puerta de una casa, como no creo que haya habido alguna otra en el mundo, porque en ella vivió gente capaz de dormir con cerdos como si fuesen sus propios hijos, gente que tenía pena de irse de la vida sólo porque el mundo era bonito, gente, y ése fue mi abuelo Jerónimo, pastor y contador de historias, que, al presentir que la muerte venía a buscarlo, se despidió de los árboles de su huerto uno por uno, abrazándolos y llorando porque sabía que no los volvería a ver.