domingo, 6 de febrero de 2011

Tahrir

Los sucesos acontecidos los últimos días en Egipto no pueden dejar de llamarnos la atención, así como la del mundo entero. La mayor manifestación en la historia de dicho país produce, sin duda, una serie de efectos que aceptan análisis y valoraciones de las más diversas.

Un país, o más apropiado sería, una cultura, una civilización, tan distante como extraña para nosotros, nos sitúan en una obligatoria humildad a la hora de iniciar la difícil tarea de analizar los acontecimientos.

Quienes tuvimos la suerte de conocer este país norafricano, sabemos que tantos conceptos o categorías que nosotros utilizamos para explicar nuestra realidad social y que están fuera de cuestionamiento, allí comienzan a flanquear. El esfuerzo por acceder, o al menos poner un pie, en su civilización fracasará. Lo que emerge consecuentemente es la sensación de estar en otro mundo y en otro tiempo, tal es el egocentrismo del occidental.

Por lo tanto, conscientes de la humildad asumida elegimos tres ejes de análisis del complejo episodio social en cuestión.

PRIMERO. Las manifestaciones de los último días, las mayores de la historia de Egipto como dijimos, reclamando la renuncia de Mubarak como Presidente ponen de manifiesto la eclosión de un sistema que tarde o temprano iba a llegar. Ningún mandatario debería eternizarse en la cima del poder, dado que el principio de rotación en el gobierno evidencia su necesidad en su ausencia.

Treinta años como Presidente es una cifra alarmante, cuyos efectos afloran conforme el paso del tiempo: violencia, persecución, falta de libertad, sometimiento, y un sentimiento de poder sin límite. El pueblo egipcio es un pueblo pobre, un pueblo sin márgenes de acción, un pueblo con miedo. Pero un pueblo que pareciera decir basta.

SEGUNDO. Como escribiera por estos días un periodista, el fin de Mubarak pone de manifiesto el fracaso del liderazgo moral occidental. Como todos sabemos, su régimen es sostenido económica, política y militarmente por Estados Unidos, fiel a su costumbre. El país norteamericano vuelve a dar muestras de su prepotencia sin límites y, entendiendo a Egipto como un bastión clave para el mantenimiento de un equilibrio de la región afín a sus propios intereses, no repara en costos, aún cuando se midan en vidas humanas. Se estima que en estos días de protestas los muertos superarían los 300.

TERCERO. Los medios de comunicación se encargan de mostrar una realidad que resulta inabarcable en su totalidad y complejidad y, por lo tanto, la parcialidad y la subjetividad son constitutivas de esta actividad. Las imágenes que vemos y las crónicas que leemos o escuchamos parecieran más propias de la ciencia ficción, lo cual pone de manifiesto la inmensa distancia que nos separa, en varios aspectos.
Por lo tanto, realizar conjeturas sobre el futuro de los acontecimientos, sobre lo que debería pasar o lo que sería mejor que pase, se ubica suficientemente lejos de nuestra capacidad como para no incurrir en ellas.

Lo que sí podemos decir desde nuestra posición es la necesariedad de escuchar a un pueblo que se cansó y dijo basta. El grito del pueblo egipcio debería ser escuchado y, sin dudas, el principio de la solución lo traerá pensar en la democracia, en respetar al pueblo y en darle derechos.

Hasta la próxima, siempre…

Winston Smith

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